Cristina Kirchner en la mira: “Muerta o Presa, la trama violenta detrás del atentado”

Hace exactamente un año, el 1º de septiembre de 2022, Fernando Sabag Montiel quiso asesinar a la vicepresidenta. La historia del ataque fallido y quién o quiénes estuvieron detrás del atentado.

2. Necesito un novio que me haga caso

10 de agosto de 2022, veintiún días antes del intento de magnicidio. Hora: 22.52.

Fernando Sabag Montiel saluda con entusiasmo a los integrantes de un grupo de Whatsapp.

–Tengo que darles una noticia. Oficialmente, estoy en pareja, me junté. Estoy conviviendo con mi novia desde el 2 de agosto. Brenda se llama.

–¿Bella?– le pregunta un tal Christian Cortez.

–Brenda es muy buena persona. Es amorosa. No es muy lógica, pero es buena. Tiene sus defectos, pero es mi compañera desde hace meses– la describe Sabag con aire de enamorado. Como tenía otra novia, Sheyla, busca la manera de excusarse ante sus amigos. Les dice que ya “no es nada” para él y que es “una psicópata”. Cierta vez Sabag Montiel escribió ese nombre formando cada letra con balas, puso su pistola Bersa al lado y le sacó una foto.

Brenda Uliarte tiene 23 años. Es bajita y su pelo se ve castaño rojizo. Para agradar y parecer seria, dice que estudia medicina, que le gusta leer a Jorge Luis Borges y a Gabriel García Márquez. Alardea con otras lecturas sobre filosofía y la Biblia. En rigor, no terminó la secundaria. Iba a la Escuela de Enseñanza 6, Juana Manso. Se rateaba y cuando estuvo cerca de quedarse libre en tercer año, su padre, Leonardo Uliarte, un kiosquero de 44 años, la sacó y la mandó a trabajar. Con Sabag se conocieron siete años antes de formalizar el noviazgo, según la historia que cuentan cuando alguien les pregunta. Fue en una fiesta de la que se fueron juntos en un auto de él. Si aquel encuentro fue real, ella tenía 14 años y él, 26. Desde entonces, se supone, pasaban tiempo sin verse y se volvían a encontrar de manera intermitente.

Brenda vivía en San Miguel con su papá, la pareja de él y su abuelo. A la casa se llegaba por un pasillo que desembocaba en distintos departamentos, construidos uno encima del otro, por la familia. La mamá, Máxima, la había abandonado cuando era pequeña. La abuela se convirtió en la persona más importante para ella y en buena medida, un tío también. Eso es lo que siempre les contó a sus amigos y conocidos. La rama familiar paterna practica la religión evangélica. Como se peleó con casi todos, se fue a vivir con “Nando” a un monoambiente alquilado, en el partido de San Martín, donde él estaba instalado desde hacía ocho meses.

Fernando había vivido antes en una casa en Villa del Parque, en la calle Terrada 2315. La había comprado su mamá, Viviana Beatriz Sabag, una judía perseverante que logró salir adelante con la venta de ropa y zapatos que tenían fama de ser especiales. Compró al menos dos autos que su hijo usaría como remises. La mujer padecía obesidad mórbida y pasó los últimos tres años de su vida en una cama, en su propio hogar. Después de su muerte, en 2017, la vivienda se convirtió en un desfile de gente, fiestas, drogas y alcohol. Las tres habitaciones estaban siempre sucias, llenas de polvo y pelusas. Las paredes de color cremita satinado, manchadas. El baño era distinto a todo, se veía más agradable y tenía una ducha rodeada de un vidrio circular. Había instrumentos desperdigados por los ambientes, que pocos le habían escuchado tocar a “Nando” alguna vez.

Los vecinos veían a Sabag con aspecto andrajoso. El dueño de una remisería para la que prestó servicios contó que iba a trabajar cuando quería y que le había llamado la atención que se jactara de poder ver el futuro. Se mostraba místico. Hacía gala de supuestos conocimientos de numerología y astrología ante sus conocidos. Algunos de ellos contarán, después del intento de asesinato, que notaban que era alguien desesperado por caer bien y tener pertenencia. Pagaba los tragos, las pastillas (drogas de diseño), y pese a todo, era maltratado por los demás. Hay una anécdota que pinta algo de ese rasgo de Sabag, que figura en una causa judicial en Mar del Plata: había viajado a esa ciudad balnearia en grupo y, cuando llegó la hora de pagar el hotel, los amigos huyeron sin dejar ni un peso. Pero él se quedó y se hizo cargo. Como no tenía dinero, ofreció pintar el hospedaje. Y lo hizo.

* * *

15 de agosto, dieciséis días antes del atentado. Hora: 15.48.

Sabag Montiel vuelve a sacar pecho en el chat al hablar de Brenda.

–Le hicieron una entrevista a mi novia en Crónica– avisa con orgullo. Comparte el video. Quiere que la vean y le crean.

En la nota televisiva están juntos frente al Teatro San Martín, sobre la avenida Corrientes. Es domingo y hay bastante movimiento en la calle. Gente que sale a pasear. Un joven movilero de anteojos y camisa a cuadros se acerca primero a Sabag, con un micrófono rojo y la letra “C” que identifica al canal. “¿Hay que sacar los planes sociales? Planes sí – planes no”, es la consigna que le propone. Alude a los programas de ayuda social estatal destinados a personas en situación de vulnerabilidad social y económica, que son denostados por la derecha política.

Sabag no lo sabe, pero la vicepresidenta justo había visto la nota y la había comentado con su hijo Máximo. Se había detenido a mirarla porque tocaba un tema al que ella se había referido en junio, en un discurso en Avellaneda, y que generó mucho debate. “El Estado nacional debe recuperar el control, la auditoría y la aplicación de las políticas sociales, que no pueden seguir tercerizadas”, es lo que había dicho. En ese momento, le pareció que las respuestas de la chica que aparecía en la pantalla no eran propias, sino que estaba todo armado.

–Mi novia, supuestamente, tenía planes sociales. Dejó de tenerlos porque la verdad que no da sacar la misma plata…– responde Sabag Montiel al cronista, que lo interrumpe para saber cuál de los planes cobraba.

“Nando”, que lleva una remera negra con arabescos amarillos, no sabe qué decir. Se voltea y le pregunta a Brenda, que está fuera de cuadro.

La cámara se aproxima a la chica, que sostiene un palo con copos de azúcar de color rosa, esos que les gustan a niños y niñas.

–¡Mirá, ahora se las rebusca vendiendo algodón de azúcar!– se muestra sorprendido el notero.

Ella, con una amplia sonrisa, le confirma que había cobrado un plan “dos o tres meses”.

–Prefiero salir a trabajar, me parece que cobrar planes sociales es fomentar la vagancia — responde Brenda con un discurso automatizado, que repetirá, a pesar de que no aparecerá constancia alguna que indique que cobró algún plan social.

(…)

–Qué linda tu guacha. Es Mary Jane (la novia de El hombre araña). Nando, firmá contrato con Crónica– bromea un usuario de Whatsapp que figura como Juan.

No es descabellado lo que dice, teniendo en cuenta que no era la primera vez que les hacían una entrevista para Crónica TV. La anterior había sido el 29 de julio en Tigre cuando, quien por entonces era presidente de la Cámara de Diputados, Sergio Massa, estaba por ser nombrado ministro de Economía. El funcionario fue intendente de ese municipio, donde vive. Esta vez la pregunta que el canal llevaba a sus entrevistados callejeros era “Massa sí o Massa no”.

–No, ni a palos– responde Sabag. Brenda permanece parada a su lado, en la puerta de un cine, aferrada al soporte de madera en el que se exhiben los copos, que está vacío.

Así, el dúo Sabag Montiel-Uliarte fue entrevistado dos veces por el mismo medio televisivo, con dos semanas de diferencia, sobre consignas políticas y en lugares separados por 32 kilómetros de distancia. Una enorme casualidad, si es que lo fue. En una tercera ocasión Brenda fue al estudio de Crónica TV y la sentaron al lado de Mariana “la planera”. Ahí dijo, mientras mascaba chicle con movimientos ampulosos y el pelo más colorado, que le molestaba mucho que “venga gente del extranjero a cobrar un plan, me parece muy injusto”. “Hay que salir a patearla para ganarse el mango”, se puso como ejemplo.

El diálogo de Sabag con sus amigos se transforma en una mezcolanza de comentarios. Ellos le advierten que alguien le va a querer sacar a Brenda. “Te la van a buitrear”, es la frase que usan para prevenirlo. “Ya sé, olvidate que atrae buitres”, concede él. Confiesa que en la entrevista en el centro porteño “todos le tiraban onda”, le decían “me caso con vos” y hasta el notero “le pidió el número de teléfono”. Dice que a él no le importa, pero es evidente que sí le importa, y mucho.

La conversación hace foco ahora en cuestiones políticas. Sabag Montiel cuenta al resto que no le gustan las ideas libertarias de ella, quien adula al líder de ese espacio (La Libertad Avanza), Javier Milei. Se trata de un dirigente de apariencia “antisistema”, que dice que quiere terminar con la casta política y pone el eje de su discurso en privatizar las empresas públicas, la educación, eliminar el Banco Central, dolarizar, eliminar la Educación Sexual Integral (ESI), promover la libre portación de armas, mano dura para todo, eliminar el sistema jubilatorio estatal, entre tantas cosas, además de reivindicar –a su manera– la figura de José de San Martín.

Brenda lo quiere conocer. Se lo dice varias veces a su novio. A él le parece que Milei y el expresidente Mauricio Macri son casi lo mismo y que “detrás de la ola de los libertarios van a venir los macristas, que son hermanos de los libertarios, los peronistas van a quedar afuera…”. Quiere mostrarse conocedor, pese a que dice que no le interesa. Habla de estos temas de manera superficial y con datos sueltos. Enreda nombres y conceptos. “Si ella es libertaria, es tema de ella, me vivo peleando”, comenta. Se esmera en describirla mejor: “Tiene ciertas ideologías raras, es fan de Eva Perón pero no le gusta Perón. Y es libertaria”. “Yo soy antipolítico, no me vendo y ella sí”, se explaya.

De repente, Sabag cambia la tónica y cancherea.

–Yo no soy como mi novia, que tiene esas ideas. Yo quisiera conocer a Cristina, hacerme el vendedor de copos y meterle un corchazo.

Nadie reacciona frente a lo que dice. Ni bien ni mal. Nada. Solo Juan le vaticina que “va a ser un héroe”. “Nando” sigue como si hubiera dicho algo de lo más habitual y propone al grupo que se sumen a la venta de copos de azúcar: “Se gana buena guita, es real, facturamos 12 lucas por día”.

* * *

(…)

–Estoy organizando para ir a hacer bardo a la Casa Rosada con bombas molotov y todo. Voy con el fierro y le pego un tiro a Cristina. Me dan los ovarios para hacerlo– le adelantó Brenda sin ningún prurito a Agustina, el 4 de julio.

–Por eso te amo– respondió Díaz.

–El tema es cómo, porque la vieja tiene seguridad– explicó Uliarte su encrucijada.

–Y sí– le siguió la corriente la amiga.

–No es joda, boluda. Estoy armando un grupo para ir con antorchas, bombas, fierro, todo. Voy a ser la libertadora de Argentina. Estuve practicando tiro, sé usar el fierro– escaló Brenda.

Al día siguiente, le contó el mismo plan a un amigo, “Nacho”.

Brenda: Para limpiar Argentina hace falta que corra sangre. De poder, se puede; hay que encontrar la manera.

Nacho: Y, no te veo como francotiradora o jefa de una organización con capital extremo para pagar un sicario.

Brenda: No necesito pagarlo, puedo hacerlo yo. Sé usar un fierro, no soy francotiradora, pero algo es algo. Hay que encontrar un hueco, ser estratega.

Nacho: Después te agarran, posiblemente en el acto, y o sos boleta o te pudrís en cana. Viene otro boludo al gobierno.

Brenda: Si mataron a (John Fitzgerald) Kennedy, ¿no los van a matar a estos?

Nacho: Arruinaste tu vida.

Brenda: No voy a ser boluda de automandarme al muere, y no voy a ir sola.

Ella se fastidió. Algo de la charla dejó de gustarle. Tildó a su amigo de “blando”. Nacho le respondió que era una delirante, aunque dejaba entrever cierta preocupación al notar que hablaba en serio.

Brenda: Es cuestión de organización y hacer como un caballo de Troya. Y bueno, buscate una tibia como vos. Yo no soy tibia. Estoy hirviendo.

* * *

Los algodones de azúcar de color rosa empezaron a aparecer cerca de la multitud alrededor de la casa de CFK, en Juncal y Uruguay, en los días previos al atentado. Era una imagen extraña teniendo en cuenta que allí había pocos niños y niñas.

Brenda tenía un plan, según hablaba con amigos y amigas. Y Sabag Montiel quería impresionarla.

Se pusieron a buscar un departamento en Recoleta. Transcurría el segundo día de marchas a favor de Cristina. Brenda le dijo a “Nando” que había encontrado uno, aunque después notaría que no estaba tan cerca de la casa de la vicepresidenta. Había que dejar una seña. A través de mensajes de Whatsapp, trató de convencer a Sabag de trabajar toda la semana y pagarlo.

Utilizó todos los recursos que tenía a mano para obtener una respuesta positiva. Como se estaba tiñendo el pelo mientras charlaban, le mandó una foto del proceso de decoloración. Se veía rubia.

–Así voy a quedar, jaja, ya me decidí, quiero ser rubia como Evita– puso en el texto con el que acompañó la foto.

Y luego siguió con otro mensaje:

–¿No te gusta el depto?

–No me gusta el depto. El pelo sí. Cristina y la gente está reunida en Recoleta… para pegarle un corchazo– respondió Sabag, pero luego ella le explicó que el pelo le quedaría cobrizo y que aún se pensaba teñir las cejas.

–Cristina vive en Recoleta, estamos recerca de la mina, la podemos hacer pija, eh… Sí, hay que ir y pegarle un corchazo. ¿Sabés qué hace falta? Un francotirador. Viste que la mina se pone en el balcón, hace falta ahí y pimba, un tiro en la cabeza, hacerla mierda– intentó envolverlo.

(…)

–¿Y si volvemos a ser amigos? Estábamos mejor. Me hacías caso– le dijo Brenda a Sabag Montiel sin piedad–. Esto no sirve. No me sirve una pareja que no me haga caso.

Sabag siguió intentando todo. En unos días se acercaría a pocos metros de la vicepresidenta como si fuera un militante. Le apuntará con el arma que viajó en fotos por chats de Whatsapp, y fallará. Brenda estará muy cerca de él, vestida de negro, con una bolsa blanca en la mano. El pelo rojo, atado en un rodete. Cuando atrapen a su novio, no dirá nada. Lo dejará solo, caminará con la mirada hacia abajo y atravesará la multitud hasta perderse.

Por Irina Hauser

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